Sincronicidad

Aunque cada vez tenemos más y mejores gadgets a nuestro alrededor, un problema continúa siendo el talón de aquiles de muchos de los que queremos digitalizar nuestras vidas al máximo: la sincronización entre dispositivos. Cuando sólo teníamos un ordenador en la oficina, los teléfonos eran tontos y la capacidad de los dispositivos era muy limitada, esto ni siquiera era algo a considerar. Pero hoy en día… ¡Cómo ha cambiado el cuento!

Ahora cualquier la capacidad de cualquier pequeño gadget le proporciona acceso completo a Internet, varios gigas de almacenamiento y la posibilidad de guardar toda la información personal que una persona puede generar y manejar a lo largo de su vida: documentos, contactos, agenda… (material audiovisual aparte, para no complicar las cosas). Pero el hecho de que llevemos encima un portátil o un tablet y tengamos tal vez otro en casa o en la oficina, además de iPods, memorias USB, discos duros de respaldo, diversos teléfonos (móvil, fijo, el Parrot-del-coche…) y chismes como cámaras de fotos, GPS y demás pone un poco complicadas las cosas: ¿Dónde están? ¿Y qué versiones son las correctas y más actualizadas?

Idealmente, todo lo que necesitamos debería estar siempre a nuestro alcance, y a ser posible de forma autónoma y sin tener que pagar por ello (sin conectarse y pagar por tráfico de datos, digamos). Al llegar a un nuevo lugar, los dispositivos deberían sincronizarse entre sí de forma autónoma, manteniendo esa información siempre completa, fresca y a punto. Esta operación no tendría por qué tardar más de unos pocos minutos: no hay realmente mucha información que transmitir ni se generan grandes cantidades cada día. Pero no siempre es así de fácil.

Los usuarios de correo electrónico, por ejemplo, pueden optar por un servicio online como Gmail, Yahoo Mail o Hotmail… pero a costa de sacrificar el no poder operar si se encuentran en algún lugar o situación «sin conexión». Quienes prefieren «el Outlook de toda la vida» (o Apple Mail) pueden optar por los buzones IMAP, que mantienen esa sincronicidad de forma casi transparente. Excepto cuando fallan: entonces mirar el correo puede ser una espera de –literalmente– horas hasta que el equipo se pone al día adecuadamente. En consultas informales que hago de vez en cuando entre la gente he comprobado que muchos además no saben siquiera que existen distintos tipos de buzones (POP3/IMAP/Correo web) y que cada cual es mejor para una forma de uso. Otros no pueden cambiar de POP3 a IMAP aunque quieran por políticas corporativas. Otros no lo hacen por pereza, y luego nunca encuentran nada porque el correo «está en el otro ordenador».

Dejando de un lado el correo, incluso aplicaciones tan simples como la libreta de direcciones o la agenda-calendario sufren de pequeños problemas cuando intentamos traspasarlos o sincronizarlos entre teléfonos, ordenadores, tablets y otros dispositivos. Aunque se ha avanzado mucho –con BlackBerry e incluso muchos Nokia como iniciadores de estas fórmulas– tener una solución que no falle nunca supone a veces renunciar a ciertas ventajas (por ej. evitar sincronizar con equipos distintos a lo largo del día, o usar sólo el teléfono para el correo, los contactos y la agenda, y no el ordenador – algo que también he visto hacer.)

Curiosamente, el teléfono suele sincronizar muy bien la agenda con el manos libres del coche, pero irónicamente no es habitual que el móvil se sincronice con los teléfonos fijos de casa o de la oficina, que también tienen cierta capacidad como agendas y donde querríamos muchas veces tener algunos teléfonos a mano. ¿Qué tal añadirles un Bluetooth?

El uso de Google Docs, Dropbox, MobileMe y aplicaciones similares no libera a la gente de guardar algunas copias locales de los documentos importantes. En ese caso el problema de en dónde está la copia más actualizada hace siempre acto de presencia. Si se usan servicios genéricos para reemplazar a las tradicionales aplicaciones ofimáticas, vuelve aparecer el problema de trabajar offline; si se usan los discos duros virtuales y se sincronizan «a mano» la situación es algo mejor, e incluso existen aplicaciones especializadas para sincronización de ficheros y carpetas, tanto en local como en remoto. Al igual que con las otras aplicaciones, aquí suele hacerse bueno aquello de que cada maestrillo tiene su librillo según su forma de trabajo diario.

Y he dejado para el final el problema de sincronización más paradójico –en cierto modo– de todos: el de los relojes. Ordenadores y teléfonos se conectan a la Red y pueden mantener la hora de forma precisa. Otros aparatos como vídeos y DVD lo hacen a través de la señal de TV; las estaciones meteorológicas y algunos relojes de pulsera avanzados se pueden sincronizar o poner en hora por radio con «precisión atómica». Pero despertadores, teléfonos fijos, relojes digitales como los del coche, el microondas, la cámara de fotos y muchos otros simplemente no tienen esa función. Sin duda en los próximos años esto quedará resuelto y todo esto será un chiste del pasado. Pero no deja de una bella ironía cósmica que algo tan básico como la hora del día sea lo que menos sincronizado está a veces entre los propios aparatos que sirven para consultar la hora.

Extraído de Microsiervos

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