Todos hemos escuchado todas las veces que ha sido condenado el celular en el salón de clases más que en otros sitios pero al parecer, no todos los profesionales expertos en el área de la educación piensan que se debe maginar su uso, y menos cuando se trata en países en desarrollo donde dichos equipos no tienen todas ” las distracciones” de los equipos modernos”.
En un encuentro internacional donde participó la UNESCO precisamente se discute que se pueda y deba implementarse esta tecnología.
La Organización de las Naciones Unidas para la educación, la ciencia y la cultura (UNESCO) anunció en Paris por medio de una cumbre internacional que reúne a expertos de todo el mundo para tratar los efectos de la telefonía móvil sobre la educación y el aprendizaje, la puesta en marcha de una iniciativa para incorporar en las aulas el uso de las tecnologías de telefonía móvil.
Este encuentro reunió cerca de 200 responsables políticos, educadores, académicos e investigadores de todo el mundo en un esfuerzo para proporcionar una visión sobre cómo los teléfonos móviles pueden apoyar a los maestros y estudiantes por igual.
En la misma se dio a conocer que iniciativas similares ya se han realizado previamente con el propósito de promover el aprendizaje a través del móvil en países como Mozambique, Pakistán, Sudáfrica, Nigeria, Kenia y Mongolia, donde gracias a las políticas implementadas se pudo ofrecer educación a distancia en comunidades alejadas de los grandes centros de población y se mejoró la alfabetización de niñas y mujeres.
Según los datos más recientes, el 90% de la población mundial dispone actualmente de acceso a las redes de telefonía móvil, lo cual impulsa un entusiasmo creciente sobre el potencial que los dispositivos móviles ofrecen para la mejora del acceso a la educación y la calidad de la misma.
La cumbre de la UNESCO estuvo organizada en colaboración con Nokia que ya ha llevado a cabo diversos programas de aplicación de las tecnologías móviles en países en vías de desarrollo, como Nokia Life Tools y Nokia Money.
Vía: El Economista y UN News Centre