La burbuja de las aplicaciones: ¿Vamos a despegar?

¿Cuántas aplicaciones has bajado el día de hoy? ¿En la última semana? ¿Cuántas de ellas no desinstalaste después de probarla por unos minutos?

En los últimos meses hemos visto muchas aplicaciones móviles salir al público: El Android Market está celebrando sus 10,000 millones de descargas, mientras que el número total de aplicaciones a través de los distintos sistemas operativos móviles ya casi llega al millón. Si ponemos las cosas en perspectiva, es increíble la cantidad de lanzamientos que se hacen día con día incluso si nos vamos hasta los días en que el iPhone vio la luz del día por primera vez.

Sin embargo, si observamos detenidamente la oferta en el mercado nos daremos cuenta de varias cosas: principalmente que la gran mayoría de las aplicaciones atienden usos muy específicos (algunos hasta dirían “inútiles”), que hay un gran número de aplicaciones redundantes o que hacen lo mismo que otras sin traer un diferenciador a la mesa pero sobre todo que muchas de las aplicaciones no van más allá de un esquema de monetización basado en anuncios. En otras palabras: no tienen un modelo de negocios claro.

La importancia de tener este punto en particular tan claro como el agua desde las primeras etapas de una aplicación/startup/servicio es un punto cuestionable y polémico por sí solo. Twitter ha probado con distintas estrategias de monetización a lo largo de los años. Todos vimos en The Social Network que el modelo económico era lo que menos preocupaba al personaje de Mark en un principio, que “Facebook es cool y que ponerle anuncios lo haría dejar de ser cool”. La verdad es que un principio básico que se está manejando en las tendencias de desarrollo es algo muy sencillo: asegúrate de solucionar primero una problemática real. Si logras satisfacer una necesidad existente en el mercado de manera exitosa y validada por los usuarios, por más chico que sea tu nicho vas a tener altas probabilidades de monetizarlo conforme se siga desarrollando tu producto.

Es posible que esta mismo filosofía sea en parte lo que empuje los millones de dólares aventados desde las azoteas invertidos cuidadosamente en miles de startups y aplicaciones en lo que muchos analistas e inversionistas comentan desde hace años como lo que podría ser una nueva burbuja tecnológica. La “Burbuja 2.0“. Básicamente: Hay muchísimas ideas, inversionistas a montones pero sobre todo, valuaciones a momentos exageradas o infladas como Pandora, que fue valuada en 2,000 mdd a pesar de que pierde dinero o LinkedIn, valuada en 10,000 mdd a pesar de tener ganancias mínimas y ni se diga de Groupon, quienes utilizaron técnicas contables cuestionables para presumir que estaban ganando dinero cuando en realidad estaban perdiendo a montones. Los millones están invertidos, pero ¿qué tan fácil (o rápido) será recuperar las inversiones? ¿Hasta qué punto entrará en saturación el mercado, imposibilitando el retorno de millones de dólares en inversiones?

Afortunadamente, la rapidez con la que la tecnología avanza actualmente permite la existencia de una necesidad constante de actualización e innovación.  Si hace diez años la premisa era que “el Internet lo cambia todo, ¡para todos!“, hoy en día se habla de que el software se está comiendo al mundo, y es que cuando prácticamente todas las empresas dependen de sistemas computacionales y redes para funcionar, puedes esperar que exista una fuerte dependencia en software. Es decir, si tienes dinero, lo mejor que puedes hacer con él es dárselo a un desarrollador.

Ahora bien, el hablar de una “burbuja” tiene varias implicaciones, siendo la principal y más comúnmente entendida es que eventualmente va a explotar ¡BAM! A pesar de que las condiciones económicas no son del todo similares a lo que se vivió a finales de los 90’s, el simple hecho de ver un crecimiento exagerado e inflacional pone a muchos analistas en alerta. La segunda implicación, usualmente menos comentada es que dentro de una burbuja todas las cosas se ven muy diferentes (en la vida real supongo que ha de ser bastante divertido). Es como estar en un ambiente controlado, tu famosa burbuja rosa desde donde todo el mundo se ve, precisamente, color de rosa.

Tal es el sonado caso de Color, un emprendimiento que prometía demasiado, sonaba excelente en papel y atrajo demasiada atención tanto por la prensa como por los inversionistas que le metieron 41 millones de dólares, pero que al final fue lanzada de una manera tan estrepitosa y con un rechazo tan difundido entre el público que podría considerarse como el #fail más grande del mundo de aplicaciones móviles del 2011. Obviamente, en cada “fracaso” (si es que se le puede llamar así) hay muchísima oportunidad; pero, ¿qué es lo que verdaderamente refleja el caso Color?

Como punto comparativo, Instagram empezó con financiamiento de 500,000 USD, aproximadamente el 1.2% que lo que se le invirtió a Color. Con esa cantidad empezaron unos cuantos empleados y poco a poco se fueron expandiendo hasta ser el éxito que son actualmente. Color, por su parte, gastó casi la misma cantidad de inversión (350,000 USD) tan sólo en comprarse el dominio color.com y empezó con una fuerza laboral de 38 desarrolladores en una oficina que para nada reflejaba su condición de startup. Si por burbuja entendiéramos que se están arrojando cantidades descomunales de dinero a empresas que no han demostrado ser redituables, entonces sí, vamos flotando suavemente como pompas de jabón.

El fracaso de Color en su capacidad de ser comprendida por el usuario (a final de cuentas, la tecnología que están proponiendo es bastante prometedora y podría justificar ese nivel de inversión) es la primera señal de alerta para los inversionistas de que no basta con tener un buen equipo de desarrollo, regarle dinero y esperar que broten florecillas a granel. Es el reality check de que no se puede apostarle a cualquier emprendimiento nuevo esperando que sea el nuevo Facebook o e nuevo Twitter. A estas alturas, cualquier aplicación nueva tiene más oportunidades utilizando Facebook como plataforma que compitiendo directamente contra él.

Por otra parte, Mike Volpi, inversionista de alto riesgo, opina que aún y cuando pudiera existir una burbuja, ésta no va a reventar, sino simplemente se irá desinflando poco a poco, lo cual suena un poco más lógico dado que estamos hablando de un mercado en expansión. Por supuesto, hay quienes justifican las sobreevaluaciones diciendo: “No hay ninguna burbuja, pero las cifras sí son bastante elevadas“.

Lo que es definitivo es que los jugadores seguirán desplazándose los unos a los otros (dentro del tablero controlado por algunos titanes), sobreviviendo entre ellos dentro de un ambiente de selección natural. Si estamos o no dentro de una burbuja o si se trata de un crecimiento lógico y natural, es algo que sabremos en los próximos años y para lo cual seguramente encontraremos otros fenómenos sociales o políticos que influirán en el comportamiento de los mercados.

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