¿Qué nos hace humanos y nos diferencia enormemente de la Inteligencia Artificial?
A lo largo de varios siglos, la humanidad ha dedicado tiempo y esfuerzo al estudio e indagación de aquello que la distingue de los animales. Esta cuestión existencial ha sido una fuente de inspiración para disciplinas como la biología, la sociología, la antropología e incluso la filosofía.
Problemáticas para el futuro de la IA
Incluso en el ámbito legal se ha considerado la posibilidad de otorgar ciertos derechos de “persona jurídica” a determinados grupos de animales en ciertas circunstancias.
Sin embargo, con el avance acelerado de la tecnología, surge una nueva interrogante: ¿deberíamos otorgar derechos a la inteligencia artificial (IA)? ¿Tendría la IA derecho a la vida o a alguna forma de protección?
En la era del vertiginoso desarrollo de la inteligencia artificial, emerge un elemento nuevo, tal vez comparable al quinto elemento, que trasciende las propiedades de la tierra, el fuego, el aire y el agua. Se trata de la anti-vida, una forma de inteligencia artificial que confronta a la humanidad con el superpoder que ella misma ha creado.
Las inteligencias artificiales han alcanzado un nivel impresionante al superar sin titubear la famosa prueba de Turing, la clásica evaluación que mide la capacidad de una máquina para exhibir comportamientos inteligentes.
Dichas distinciones entre humanos y robots podrían convertirse en una tarea difícil en el futuro. La emoción siempre ha sido el factor humano que ha llevado a los robots y máquinas a caer en la trampa y delatarse.
En la actualidad nos encontramos todavía lejos de plantear preguntas e hipótesis sobre la vida de la inteligencia artificial, sin embargo, desde este momento podemos dejar claras cuáles son las capacidades humanas de las que siempre carecerán estas nuevas tecnologías por ser propias de nuestra especie.
Generación espontánea de acciones y conocimiento
Uno de los aspectos más destacables que marca la distinción entre los seres humanos y las inteligencias artificiales es la capacidad de generar acciones y conocimientos de forma espontánea, impulsados por el impulso creativo.
Un individuo puede despertar un día con una idea, una historia o un poema en su mente, un pensamiento creativo que surge de la nada. Basándose en experiencias personales, los seres humanos generan continuamente nuevo conocimiento, crean historias únicas y viven experiencias inéditas.
Las inteligencias artificiales carecen de esta habilidad para generar conocimiento o realizar acciones de manera espontánea. Su funcionamiento está condicionado a patrones y datos previamente programados, sin la capacidad de explorar nuevos caminos o crear de forma improvisada.
La ética
Esta segunda gran diferencia entre humanos e inteligencias artificiales reside en el ámbito de la ética. Mientras que las máquinas y la inteligencia artificial no poseen ética intrínseca, esta debe ser inculcada en ellas. Siguen parámetros y reglas preestablecidas sobre lo que deben hacer.
Por otro lado, los seres humanos cuentan con un conjunto de normas (constituciones, leyes, religiones, entre otros) que dictan lo que deben hacer, así como también señalan lo que no deben hacer. Sin embargo, la ética va más allá de un simple reglamento, trasciende como una guía profunda y compleja.
La ética representa el discernimiento entre lo que se considera correcto e incorrecto, el bien y el mal. Es un aspecto de suma importancia en nuestra especie, y estudios han demostrado que incluso bebés de tan solo 5 meses son capaces de realizar juicios morales y actuar en consecuencia.
Los encargados de programar las máquinas e inteligencias artificiales son los que imparten la ética en ellas. Una máquina en sí misma no puede ser calificada como buena o mala, simplemente es efectiva. Ejecuta tareas según las órdenes que se le han dado y se ajusta a su programación original.
La intención y su vinculación con la moral
Otro aspecto crucial es la intención, y esta se encuentra estrechamente ligada a la moralidad de las acciones humanas. En su obra “Intention”, la filósofa Elizabeth Anscombe argumenta que la intención no puede reducirse únicamente a deseos o estados psicológicos internos.
Para Anscombe, la intención es una característica esencial de cualquier acción y está intrínsecamente vinculada a la responsabilidad moral.
Por lo tanto, no es posible separar la intención de la acción en sí misma al momento de determinar si un acto es moralmente correcto o incorrecto. La intención es un componente esencial para considerar al evaluar la moralidad de una acción.
Remordimiento y problemas en la psique
Resulta casi provocador cuestionar las diferencias y no las similitudes entre la inteligencia artificial (IA) y los seres humanos.
Nuestras diferencias son evidentes: las IA carecen de experiencias, historias o problemas psicológicos. No experimentan remordimientos, un aspecto fundamental en el ámbito de la ética y la moral. No experimentan amor ni son objeto de afecto. No padecen sufrimiento ni sienten dolor. No poseen opiniones propias, ya que nada les pertenece.
La existencia de ChatGPT, aunque improbable que quede obsoleta, solo tiene significado si es de utilidad para los seres humanos. No tiene identidad propia, su identidad es una construcción humana.
Asimismo, la IA puede ser destructiva, pudiendo resultar en la pérdida de millones de empleos y en una posición marginal en el mundo productivo, sin entrar en especulaciones apocalípticas propias de la ciencia ficción.
El destino de la inteligencia artificial depende del ser humano. Nosotros tenemos el poder de emplearla como una herramienta constructiva o destructiva, y recae en nuestras manos el rumbo que tomará en el futuro.