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¿Me prestas tu Palm?

Mi amigo inició su explicación: “En algún momento de la velada, comenzamos a platicar sobre asuntos de computadoras e internet y la chava me contó que estaba fascinada con su más reciente adquisición tecnológica: un sistema Palm.

Y como cualquier usuario nuevo que pasa de la agenda de papel al asistente digital, estaba muy entusiasmada con los distintos programas que hay disponibles para el equipo. Por quedar bien le mostré de inmediato mi Palm para apantallarla con las aplicaciones que tengo instaladas. Ahí fue cuando metí la pata.”

“Creo que necesito otra cerveza para entender lo que dices. ¿Por qué estás tan seguro que un pedazo de hardware destruyó tu conquista? Por favor, no seas ridículo”, respondí un poco angustiado: evidentemente la cordura se estaba levantando de la mesa.

“El ligue se arruinó porque la Palm estaba llena de programas guarros, tonterías que intercambio con los compañeros de la chamba que también tienen un equipo.

Y fue obvio que la chava se desconcertó muchísimo: ¿cómo era posible que en la Palm de un hombre cuya sensibilidad y buen gusto parecían inconcebibles para el género masculino, término con el que prácticamente me definí durante la cena, se encontraran cosas como una versión explícita y anotada del Kama Sutra, una guía para usar pastillas de anticoncepción de emergencia, un juego cuyo título es DopeWars (guerras de droga), una galería de viejas encueradas, una colección animada de chistes racistas, etcétera.

“Después de explorar la pantalla durante un par de minutos la chava me devolvió el sistema y su actitud cambió radicalmente. En ese momento recordé el tipo de información que guardaba en mi Palm. La velada concluyó en forma abrupta. La mujer ya no me pela por más que insisto. Debe pensar que soy un imbécil de antología”, aseguró mi amigo.

La historia me causó un ataque de risa que se prolongó durante una buena cantidad de minutos. Sin embargo, un par de días después una situación similar no resultó tan graciosa. Una compañera de oficina me pidió que le prestara mi Palm durante un rato (“para ver si el próximo año ya sustituyo la agenda de papel por uno de estos chunches”). Cuando el equipo regresó a mi poder no podía evitar el sentirme un poco incómodo: ¿por qué tardó tanto en devolverme el equipo?, ¿qué habrá visto?, ¿qué pensará ahora de mí?, ¿encontró algo que le pareció de mal gusto?

Por fortuna, mi equipo acaba de descomponerse (y creo que para siempre). Si mi colega observó algún dato digno de reproche las posibles evidencias han desaparecido irremediablemente. Y yo negaré, con vehemente convicción, cualquier versión que circule por ahí. La próxima Palm, un gasto ya programado dentro de mi aguinaldo, la utilizaré con contraseña y nunca estará fuera de mis manos. Descubrir mis secretos no será una tarea sencilla.

Andrés Piedragil Gálvez
Editor Ejecutivo
Revista Expansión
Constituyentes 956, Colonia Lomas Altas
México, DF 11950

NOTA
Publicado originalmente en El Independiente

Este artículo fué reproducido con autorización del autor.

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